Desde ese principio y además desde nuestra forma tan personal y única de pensar, de ser y de amar, podemos hacer que se conviertan en un lugar donde no esté la felicidad, porque ni las personas ni las relaciones son la verdadera fuente de nuestra satisfacción personal y espiritual.
Las relaciones de pareja, de familia, de amistad...no sustituyen el amor de Dios, el poder personal, la sensación de sanidad y paz. Podemos hallar a la pareja perfecta sintiéndonos orgullosos de lo que nos puede brindar o estar en una familia muy disfuncional sintiéndonos derrotados por lo que nunca nos va a procurar, pero en ninguno de esos ejemplos opuestos se encuentra la fuente original de nuestra energía vital, felicidad interior y riqueza existencial.
Las relaciones de pareja, de familia, de amistad...no sustituyen el amor de Dios, el poder personal, la sensación de sanidad y paz. Podemos hallar a la pareja perfecta sintiéndonos orgullosos de lo que nos puede brindar o estar en una familia muy disfuncional sintiéndonos derrotados por lo que nunca nos va a procurar, pero en ninguno de esos ejemplos opuestos se encuentra la fuente original de nuestra energía vital, felicidad interior y riqueza existencial.
La relación más sólida y poderosa que debemos cultivar es con Dios, con nosotros mismos y con nuestra espiritualidad. Desde esa alineación que implica estar centrado en si mismo con conciencia y plenitud desde el amor y la paz, podemos participar sanamente de una relación enriquecedora con los demás.
Las relaciones son para compartir el amor que Dios nos da, en ellas no está lo que nos llena de verdad...son más bien una bella oportunidad para ver aprender y agradecer lo que refleja nuestra verdad personal, para disfrutar o para sanar. Es necesario que podamos sentir ese amor en nosotros, cultivarlo y vivir desde esa energía con la cual nos podemos llenar...y que estamos allí para intercambiar.
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